16 Nov 2020
Distinguen a científica del Instituto Leloir que desarrolla biosensores portátiles para garantizar la seguridad hídrica de la población
Daiana Capdevila ganó el Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” en la categoría Beca. Participa de un proyecto que apunta a monitorear el agua que consumen los habitantes de la Cuenca Matanza- Riachuelo.
Por un proyecto que apunta a adaptar un biosensor fácil de usar, portátil, accesible para la población y mucho más económico para detectar contaminantes en agua, la doctora en química Daiana Capdevila ganó en la categoría Beca (para científicas menores de 36 años) del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” en colaboración con el CONICET.
“El objetivo de los sensores es satisfacer la necesidad de las personas que enfrentan inseguridad hídrica (riesgo de contaminación de las aguas de consumo), de modo que puedan encontrar respuestas locales y accedan a la información de forma más directa”, señaló Capdevila, jefa del Laboratorio Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Instituto Leloir (FIL).
Durante su una estadía postdoctoral en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, Capdevila y colegas de la Universidad Northwestern desarrollaron un biosensor, con un valor aproximado a un dólar, que detecta 15 contaminantes en agua, incluyendo metales como cobre, plomo, zinc y cadmio; varios tipos de antibióticos; y hasta elementos presentes en maquillaje. El dispositivo fue bautizado ROSALIND en honor a la cristalógrafa Rosalind Franklin, una figura clave en el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, que falleció antes de que James Watson y Francis Crick recibieran el Nobel.
ROSALIND imita un sistema de proteínas que tienen las bacterias para detectar y defenderse de metales. Ante la presencia de un contaminante, fabrica exclusivamente
unas moléculas que dan un color verde observable a simple vista y que funciona como “alerta”.
Capdevila regresó al país a mediados de 2019 y puso en marcha su laboratorio en la FIL para realizar estudios que permitan comprender cómo las bacterias que causan enfermedades pueden adquirir resistencia tanto a nuestro sistema inmune como a los antibióticos que se usan para tratarlas.
“Con mi grupo pretendemos contribuir al desarrollo de nuevas estrategias antimicrobianas, por ejemplo antibióticos que tengan como objetivo afectar a la maquinaria que a las bacterias les permite desarrollar la resistencia”, afirma la científica argentina y agrega: “Pero consciente de que la falta de acceso al agua potable no es solo un problema global sino también local, también quise involucrarme en la adaptación de biosensores que contribuyan a garantizar la seguridad hídrica en nuestro país”.
Además de trabajar en un proyecto para adaptar el biosensor a la determinación de arsénico, un contaminante natural muy abundante en las napas de nuestro país, Capdevila se propuso desarrollar un proyecto en cooperación con ACUMAR, una entidad estatal que hace más de diez años se dedica a monitorear las fuentes de agua en la Cuenca Matanza-Riachuelo. “El objetivo del proyecto es poner a prueba un método de evaluación rápida y económica de la calidad de agua que consumen los habitantes de la Cuenca, indica la científica. Y continúa: “Nuestra técnica permitirá hacer más medidas que funcionarían como una alerta si determinada muestra de agua analizada resulta no apta para consumo humano”.
En una primera etapa pondrán a prueba el método de detección de metales pesados (plomo, cadmio, zinc, cobre y níquel) en el agua superficial, y en una segunda etapa evaluarán expandir el mismo sistema de detección a otros contaminantes presentes en muchos pozos de agua de consumo de la parte alta de la Cuenca.
“Es un honor y una alegría enorme recibir esta distinción. Significa muchísimo para las mujeres de mi generación. Los primeros premios L’Oreal se dieron cuando yo estaba terminando la carrera de química y realmente cambiaron la visibilidad que tenían las mujeres en ciencia”, afirma Capdevila, de 33 años de edad.
“Siempre me dediqué a hacer ciencia básica y siempre me pregunté y cuestioné qué impacto tiene en la sociedad. La expectativa está en que alguien con un foco más aplicado encuentre útiles nuestras investigaciones. Nunca pensé en estar efectivamente involucrada en trasladar lo que habíamos aprendido en algo como un dispositivo que pueda ser aplicado directamente a resolver un problema ambiental de estas características. Es un horizonte nuevo para mí y estoy muy agradecida de las colaboraciones que hacen que esto sea posible”, concluye Capdevila, también investigadora del CONICET.
En el pasado científicas de la FIL también han sido reconocidas en la categoría Beca. Tal es el caso de Marina A. González Besteiro quien recibió el año pasado una mención especial por sus estudios centrados en cáncer.
En la categoría Premio Nacional (hasta 54 años de edad) de este año la ganadora fue Vera Alejandra Álvarez, del Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA), en Mar del Plata. Fue distinguida por un proyecto dirigido a sintetizar materiales de base que resulten eficientes como herramientas para la prevención de infecciones y eliminación del virus COVID 19 de distintas superficies.
Recibieron también distinciones María Alejandra García, del Centro de Investigación y Desarrollo en Criotecnología de Alimentos, en La Plata; Laura Giambiagi, del Instituto
Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales, en Mendoza; María Poca, del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis; y
Mónica García, de la Unidad de Investigación y Desarrollo en Tecnología Farmacéutica, en Córdoba.
Por un proyecto que apunta a adaptar un biosensor fácil de usar, portátil, accesible para la población y mucho más económico para detectar contaminantes en agua, la doctora en química Daiana Capdevila ganó en la categoría Beca (para científicas menores de 36 años) del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” en colaboración con el CONICET.
“El objetivo de los sensores es satisfacer la necesidad de las personas que enfrentan inseguridad hídrica (riesgo de contaminación de las aguas de consumo), de modo que puedan encontrar respuestas locales y accedan a la información de forma más directa”, señaló Capdevila, jefa del Laboratorio Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Instituto Leloir (FIL).
Durante su una estadía postdoctoral en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, Capdevila y colegas de la Universidad Northwestern desarrollaron un biosensor, con un valor aproximado a un dólar, que detecta 15 contaminantes en agua, incluyendo metales como cobre, plomo, zinc y cadmio; varios tipos de antibióticos; y hasta elementos presentes en maquillaje. El dispositivo fue bautizado ROSALIND en honor a la cristalógrafa Rosalind Franklin, una figura clave en el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, que falleció antes de que James Watson y Francis Crick recibieran el Nobel.
ROSALIND imita un sistema de proteínas que tienen las bacterias para detectar y defenderse de metales. Ante la presencia de un contaminante, fabrica exclusivamente
unas moléculas que dan un color verde observable a simple vista y que funciona como “alerta”.
Capdevila regresó al país a mediados de 2019 y puso en marcha su laboratorio en la FIL para realizar estudios que permitan comprender cómo las bacterias que causan enfermedades pueden adquirir resistencia tanto a nuestro sistema inmune como a los antibióticos que se usan para tratarlas.
“Con mi grupo pretendemos contribuir al desarrollo de nuevas estrategias antimicrobianas, por ejemplo antibióticos que tengan como objetivo afectar a la maquinaria que a las bacterias les permite desarrollar la resistencia”, afirma la científica argentina y agrega: “Pero consciente de que la falta de acceso al agua potable no es solo un problema global sino también local, también quise involucrarme en la adaptación de biosensores que contribuyan a garantizar la seguridad hídrica en nuestro país”.
Además de trabajar en un proyecto para adaptar el biosensor a la determinación de arsénico, un contaminante natural muy abundante en las napas de nuestro país, Capdevila se propuso desarrollar un proyecto en cooperación con ACUMAR, una entidad estatal que hace más de diez años se dedica a monitorear las fuentes de agua en la Cuenca Matanza-Riachuelo. “El objetivo del proyecto es poner a prueba un método de evaluación rápida y económica de la calidad de agua que consumen los habitantes de la Cuenca, indica la científica. Y continúa: “Nuestra técnica permitirá hacer más medidas que funcionarían como una alerta si determinada muestra de agua analizada resulta no apta para consumo humano”.
En una primera etapa pondrán a prueba el método de detección de metales pesados (plomo, cadmio, zinc, cobre y níquel) en el agua superficial, y en una segunda etapa evaluarán expandir el mismo sistema de detección a otros contaminantes presentes en muchos pozos de agua de consumo de la parte alta de la Cuenca.
“Es un honor y una alegría enorme recibir esta distinción. Significa muchísimo para las mujeres de mi generación. Los primeros premios L’Oreal se dieron cuando yo estaba terminando la carrera de química y realmente cambiaron la visibilidad que tenían las mujeres en ciencia”, afirma Capdevila, de 33 años de edad.
“Siempre me dediqué a hacer ciencia básica y siempre me pregunté y cuestioné qué impacto tiene en la sociedad. La expectativa está en que alguien con un foco más aplicado encuentre útiles nuestras investigaciones. Nunca pensé en estar efectivamente involucrada en trasladar lo que habíamos aprendido en algo como un dispositivo que pueda ser aplicado directamente a resolver un problema ambiental de estas características. Es un horizonte nuevo para mí y estoy muy agradecida de las colaboraciones que hacen que esto sea posible”, concluye Capdevila, también investigadora del CONICET.
En el pasado científicas de la FIL también han sido reconocidas en la categoría Beca. Tal es el caso de Marina A. González Besteiro quien recibió el año pasado una mención especial por sus estudios centrados en cáncer.
En la categoría Premio Nacional (hasta 54 años de edad) de este año la ganadora fue Vera Alejandra Álvarez, del Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA), en Mar del Plata. Fue distinguida por un proyecto dirigido a sintetizar materiales de base que resulten eficientes como herramientas para la prevención de infecciones y eliminación del virus COVID 19 de distintas superficies.
Recibieron también distinciones María Alejandra García, del Centro de Investigación y Desarrollo en Criotecnología de Alimentos, en La Plata; Laura Giambiagi, del Instituto
Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales, en Mendoza; María Poca, del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis; y
Mónica García, de la Unidad de Investigación y Desarrollo en Tecnología Farmacéutica, en Córdoba.