Igual que en 2023, este año el protagonista del Premio Nobel de Medicina/Fisiología volvió a ser el ARN, pero en este caso de la mano los científicos estadounidenses Victor Ambros y Gary Ruvkun, quienes en 1993 reportaron en la revista Cell la existencia de microARNs, fragmentos muy pequeños de ARN que cumplen un rol clave en la expresión de los genes.

Lo que en aquel momento resultó un hallazgo inesperado en un organismo simple como el pequeño gusano Caenorhabditis elegans, utilizado como modelo de investigación, siete años después se comprobó que era un principio fundamental de la regulación de la actividad génica para todas las formas de vida, animal y vegetal.

En el siguiente video, Graciela Boccaccio, quien desde 2005 dirige el Laboratorio de Biología Celular del ARN de nuestro Instituto, y es una de las coordinadoras del Club Argentino de ARN (reúne a laboratorios de todo el país interesados en la biología molecular y celular del técnicamente llamado ácido ribonucleico), explica la importancia del avance que el jurado de la Academia sueca decidió premiar este año.

“Este premio Nobel es un excelente ejemplo de cómo funciona la ciencia en cuanto a los plazos: en general, entre el producto del científico, que es el conocimiento, y el usuario final, que es la sociedad, hay una distancia importante, que en este caso fue de 31 años”, sintetiza Boccaccio. Y concluye: “Si entendemos cómo funcionan las células en situaciones normales podremos entender cómo funcionan en condiciones patológicas, cómo atacar esas disfunciones en diversidad de enfermedades”.